Bueno, aquí va lo que he escrito en referente al Museo Británico y los primeros días. Lo publico ya porque cada vez que lo leo, cambio algo. Espero que os guste y deseo vuestra más sincera crítica, sea buena o mala. Un abrazo.
No era la primera vez que estaba en Inglaterra, quizás esta era la más importante. Aunque sin duda, también la más extraña de todas.
La primera fue hace más de 10 años, entonces tenía apenas 17 años, quizás 16; quería mejorar su nivel de inglés y pasó todo un verano en la ciudad inglesa de York junto con otros 50 estudiantes españoles.
No era la mejor manera de aprender un idioma, pero fue un verano inolvidable. Esta vez era diferente, Campos lo sabía, no podía parar de pensar en ello. Tendría que hacer un gran trabajo de investigación, lo cual posiblemente le llevaría semanas, meses quizás.
Pasar todo un verano en Londres no era ni mucho menos su sueño, pero esta era una buena oportunidad. Esas que pasan una vez en la vida y no puedes dejar escapar.
Aterrizó en el aeropuerto Londinense de Stansted. No era ni mucho menos el primer aeropuerto de Londres, siquiera el segundo, pero las compañías que operaban en ese aeropuerto eran baratas y además consiguió una buena oferta sin escalas.
Directo Valencia-Londres. Un taxi le esperaba para llevarle a su alojamiento en Northwick Park.
Era un alojamiento sencillo. Apenas una pequeña habitación con un minúsculo cuarto de baño. La cocina la compartiría con otras cinco personas. No era un lujo, pero podría vivir una temporada. Durante el viaje a su nueva casa leyó de nuevo el informe que le detallaba su nueva tapadera: enfermero en un Hospital.
Trabajaría en el Lister Hospital en la zona londinense de Chelsea. Habrá que buscarse una casa por Chelsea, pensó.
Enfermero era una profesión que Alexander Campos conocía muy bien. Empezó enfermería en 1999 en la escuela universitaria de Valencia. Terminó la carrera 3 años después y durante más de 8 años, enfermería fue su profesión, su modo de vida. Trabajó en varios Hospitales de Valencia, así como clínicas y residencias de ancianos.
Toda una vida de enfermero. Campos se sobresaltó cuando el taxista le comunicó que habían llegado a su destino. Estaban en lo que parecía un parking de un Hospital.
Habían tardado más de una hora en llegar, el taxista no sabía exactamente dónde se encontraba la Avenida Nightingale y aunque el GPS le indicaba la dirección, esta estaba cortada.
– “Quizás haya que entrar por el Hospital mismo” le dijo Campos al taxista.
– “Probemos” contestó este.
El taxista hizo un cambió de sentido que bien podría haberle valido una buena multa y se introdujo en el parking del Hospital. Finalmente habían llegado a su destino. Northwick Park era un Hospital público inglés, pero también, como su propio nombre indica, un parque. Un gran parque.
– «¿Sabe dónde se encuentra la recepción?» preguntó Alex.
– «Me temo que tendrá que preguntar.»
– “Muchas gracias”
El complejo consistía en varios edificios, cada cual con nombre de famosos investigadores: Pasteur, Lister, Curie. El agente de seguridad que se encontraba en recepción le entregó las llaves de su casa, no sin antes firmar una serie de contratos y políticas de empresa.
Su habitación era la 236 del edifico Pasteur, en la avenida Nightingale. Alex sonrío, Florence Nightingale era considerada la primera enfermera de la historia, después que en las guerras de Crimea, aplicara diversos cuidados a los soldados ingleses. Todo muy sanitario, sin duda. Una buena tapadera.
Campos sabía que su trabajo era diferente. Rozando la ilegalidad. Había trabajado más de un año para “Santos Investigadores”, una pequeña compañía de detectives privados.
La mayoría de sus trabajos habían consistido en realizar pequeñas investigaciones. Maridos infieles en su mayoría. Un trabajo sencillo. Había que seguir a la persona en cuestión, realizarle algunas fotos comprometidas o incluso vídeos y finalizar el trabajo con un pequeño informe.
Era un trabajo bien pagado que podía compaginar con su trabajo de enfermero. Pero esta vez era diferente.
¿Cómo he acabado aquí? De enfermero a espía en Londres, vaya tela.
Esa noche se dedicó a desempaquetar la maleta y buscar un supermercado. Después de 20 minutos recorriendo la zona, descubrió un Sainsbury’s, una cadena de supermercados ingleses. Compró algo de leche y lo suficiente para hacerse un par de sandwiches.
Aquí no tienen jamón de jabugo.
Este sería, sin duda, el trabajo más importante que tendría que realizar para la compañía. Consistía en seguir a un tal Mark Carreg, informático de una multinacional con base en Londres. Sus jefes pensaban que pasaba información confidencial a sus más directos competidores en el sector.
Un grave delito que implicaba el inminente despido. Carreg tenía 37 años, estaba casado y tenía 2 hijos, un niño de 12 y una niña de 7 años. Vivía en Uxbridge, y trabajaba en el Edificio “X”, cerca de la concurrida estación de Victoria.
Alex no se conocía apenas Londres, por lo que decidió pasar una semana habituándose a la vida en esa gran ciudad. No tenía una fecha exacta para entregar un informe completo a sus superiores, pero una regla no escrita decía que no debería pasar más de tres meses para conseguir sus objetivos. Se compró una Oyster Card, algo así como un bono transporte (tarjeta sin contacto dirían en España).
Podía pagarla semanalmente y subir a cualquier autobús, tranvía o metro desde la zona 1 hasta la zona 4 donde vivía.
El primer día investigó la manera más rápida de viajar hasta la estación de Victoria. Tendría que coger la Metropolitan Line hasta Baker Street, cambiar allí a la Jubilee hasta Green Park y finalmente coger la Victoria Line hasta la propia estación de tren de Victoria.
40 minutos en hora punta. Estudió también todas las salidas de Victoria, así como las calles colindantes. Sabía que seguir a una persona en Londres equivaldría a usar el metro, moverse por múltiples pasillos, por lo que debería acostumbrarse a sus horarios, a su continuo ir y venir de gente. Como prueba, decidió seguir a varios individuos al azar por el metro hasta su destino.
Fue una tarea más complicada de lo que había pensado en un primer momento. Hasta en cinco ocasiones había perdido a sus conejillos de indias.
A la sexta llegó la vencida. Siguió durante más de una hora a un personaje pintoresco, un hombre con albornoz y bañador. Lo encontró en la estación de Hyde Park Corner, cambió de tren en Green Park para coger la línea azul dirección King’s Cross St. Pancras.
Era fácil perder al objetivo entre anden y anden, sin embargo, el ir y venir de gente era tan constante que era difícil levantar sospechas. La gente va pensado en sus cosas y no suele percatarse de lo que sucede a su alrededor. Esto es Londres, la gente va a su rollo.
Al día siguiente comenzaría por fin su trabajo de campo, el porque de su estancia veraniega en Londres. Aún no sabía que esa estancia se prolongaría más allá del verano. No iba a ser un trabajo fácil. Tampoco nada común.
Por el camino a la estación de Baker St. paró a cenar en un pequeño Restaurante Japonés. La comida Japonesa le maravillaba y el Sashimi (pescado crudo) le fascinaba. Eligió un Vino Blanco como bebida. El vino era otra de las debilidades de Alex.
El día siguiente amaneció soleado. Algo raro en Londres, pero ese verano sería uno de los más cálidos de los últimos años.
A las 9 de la mañana estaba enfrente del edificio “X”. Por suerte había una cafetería con terraza, por lo que sentarse en ella tomándose un café no podía levantar ninguna sospecha.
Mark Carreg llegó a su trabajo a las 9:05. Carreg era un hombre delgado de metro ochenta y apenas 75 kilos. Su aspecto era de lo más común. Vestía con traje y chaqueta negro. Llevaba gafas de pasta negra y una cartera de cuero marrón.
Alejandro abrió su pequeño iBook de apenas un kilo de peso y se puso a navegar por Internet. Lo primero que debería buscar es toda la información posible sobre la empresa en la que trabajaba Carreg. «Parson’s IT” era una compañía americana cuya base europea se encontraba en Londres.
Pidió un cappuccino y unas tostadas, y se dedicó a esperar durante casi 3 horas. Dos cappuccinos más tarde, Carreg salió al fin del edificio con rumbo a la estación de Victoria. Comienza el juego, señores.
Campos metió su portátil en la mochila y rápidamente se dirigió también hacia la parada de metro. Había que dejar bastantes metros de ventaja para que el sujeto no levantara sospechas. Carreg se metió en Victoria y se dirigió hacia las escaleras mecánicas. ¿Dónde vamos Mark?
Una de las ventajas del metro de Londres es su puntualidad, no hay que esperar más que unos pocos minutos para que el siguiente tren haga acto de presencia. En cuento llegó, Carreg se subió en él, Alex hizo lo propio.
Campos le seguía con la mirada. No quería perder ningún detalle de sus movimientos. En cualquier momento podría bajarse del tren. La siguiente parada era Green Park. Carreg bajó y se encaminó hacia la Picadilly Line. Campos no dudó ni un segundo y se dispuso a seguirlo. La parada de metro de Green Park destaca por albergar 3 lineas distintas y la cantidad de distancia que hay que recorrer de un andén a otro. El tumulto de gente que andaba en esa misma dirección era evidente. Campos seguía con la mirada a su objetivo, dejando entre sí unos 20 metros.
En ese momento, Carreg aceleró el paso. Un tren llegaba en esos momentos al andén. Toca correr. Campos se movía entre la gente con absoluto desparpajo. Mucha gente corría hacia el metro.
Nadie quería esperar al siguiente.
Campos vio cómo Carreg se subía al tren. Debo subir a ese tren. Las puertas se cerraban en el momento que Campos subía al tren. Ni Indiana Jones. Al lado estaba su “amigo”. Pasaron por las estaciones de Picadilly Circus, Leicester Square, Covent Garden, y Holborn. Finalmente, justo antes de llegar a Russell Square, Carreg se levantó de su asiento y se dirigió hacia la puerta. Por megafonía anunciaban que esta era la parada para visitar el Museo Británico.
¿Vamos a visitar el Museo Británico, Mark?
Todo turista que visita Londres sabe que el Museo Británico es de obligada visita. La fachada exterior esta inspirada en la arquitectura griega, con columnas jónicas y un gran pórtico.
No era la primera vez que Mark Carreg visitaba el museo Británico. Por suerte para él, la entrada era gratuita, aunque Carreg siempre dejaba una pequeña donación de apenas 2 libras.
Era un pequeño precio que le gustaba pagar por la inestimable ayuda que le otorgaba el museo hacia sus oscuras pretensiones.
Era difícil llamar la atención en un lugar tan concurrido.
Los turistas recorrían sus salas con sus cámaras de fotos, haciendo fotos a diestro y siniestro, cada pequeño detalle era fotografiado por los más de 6 millones de visitantes que tenía el museo cada año.
Los voluntarios estaban pendientes de que nadie tocara las diferentes estatuas. Nadie se percataba de su presencia. O eso era lo que creía. Carreg sabía que la zona con más turistas era donde se encontraba le Piedra de Rosetta, sin duda, la perla del museo.
Solamente habían dos cámaras de seguridad enfocando a la piedra, y Carreg estaba seguro que estas estaban desactivadas. Las cámaras de los museos son más para ahuyentar a los posibles ladrones que para controlar a la gente. O al menos eso era lo que había leído en «El código Da Vinci» de Dan Brown.
Su contacto se encontraba en un asiento cercano a la piedra. El método de intercambio era relativamente sencillo. Lo había visto en varias películas americanas y siempre funcionaba. El intercambio era perfecto, la artimaña perfecta. Dos carteras idénticas. Yo cojo la tuya y tú la mía. Nadie se daría cuenta del cambiazo. Eso espero.
En cuanto Campos se adentró en los aledaños del Museo Británico, se dio cuenta de la magnitud del edificio.
Así que aquí es donde guardáis todos los robos, perdón, expoliaciones de la Historia. La entrada era gratuita y libre. Igual que en los museos Españoles. Por un instante se olvidó de su tarea principal y se quedó petrificado por tal maravilla de la arquitectura. Enseguida reaccionó y comenzó a buscar a su objetivo.
Lo había perdido. El sudor comenzó a correr por su frente. El pánico comenzaba a hacer estragos. No puedo perderlo el primer día. De repente vio un hombre en traje y con un maletín de cuero marrón. Solo uno entre un millón.
Es él. López vio como Carreg se adentraba por una puerta, justo enfrente de la tienda de souvenirs. Aceleró el paso. No podía perderlo otra vez. Si se adentraba por los diferentes pasillos del museo estaba perdido. Sería como buscar una aguja en un pajar.
La entrada al departamento de antigüedades egipcias esta presidida por la Piedra de Rosetta, rodeada por infinidad de turistas.
La piedra de Rosetta y la torre de babel. Curiosa alianza. Nada más entrar en la sala encontró fácilmente a su objetivo. Hora de usar la cámara.
Con la maravillosa excusa de fotografiar la piedra, consiguió varios buenos encuadres del objetivo. Te tengo. En ese preciso instante, Carreg se levanto de su asiento y se dirigió hacia una de las salas interiores del museo pasando a escasos centímetros de Campos.
Un turista más. Caminar entre la estatua de Ramses II, sentir el frío mármol de las esfinges, cruzar las puertas de Balawat era como viajar al pasado. Volver miles y miles de años atrás. Mientras seguía a Carreg, Campos se sentía en otro mundo. Se sentía en otra época.
Tanta admiración le hizo perderse de su principal objetivo. Se desvío de su camino. Pero no le importaba, siempre podría volver al camino al día siguiente. Estar en ese museo era como viajar por el mundo antiguo. Para ver el interior del Partenón de Atenas no necesitas viajar a la capital Griega. Campos sabía de la controversia del Museo Británico.
Los griegos quieren los frisos de su Partenón. Los egipcios sus momias y esfinges.
En la entrada había encontrado una delegación del gobierno Iraní solicitando firmas para que el gobierno Británico les devolviese lo que les pertenece.
Pero los ingleses no cederán.
Siguió navegando por los diferentes pasillos del interminable museo. Se detuvo a contemplar un gigantesco Buda que dominaba una escalera hacia el lejano oriente. Cabalgó junto a un samurai del Japón medieval. Pero no todo en el museo era expoliación.
Campos pudo comprobar que muchas de las galerías estaban patrocinadas por sus países de procedencia. Una manera de promocionarse internacionalmente.
Varias horas de caminata cultural le bastó para sentirse sediento. Hora del Café. Sentado en la cafetería del museo podía visualizar un tótem indio.
Junto a el, La sala de Lectura, justo en el centro del Gran Atrio de la Reina Isabel II, diseñado por el arquitecto Norman Foster y compuesto por 1656 pares de cristales.
Una maravilla. López sabía que tendría que volver al Museo. Sabía que su trabajo no había hecho más que empezar.
No estaba preocupado.
Aún queda mucho verano por delante.
Sergio, me ha encantado tu relato!! Muy buen trabajo!! Es muy emocionanote e intrigante!! Estoy esperando la siguiente parte!! Katia.